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siempre_pendientes

Silencio

Pedro, antes de empezar una historia, va de rama en rama hasta que se recorre todos los árboles habidos y por haber. Finalmente, vuelve a poner los pies en la tierra y comienza por fin. Yo ya estaba preparado para esperar. Él está dejando de fumar pero aun llevaba, y aun lleva, la cajeta en el bolsillo. Es por si acaso le entra el mono. Por pura inercia, saca la cajetilla y cuando vuelve a meter la mano en el bolsillo para coger el mechero se da cuenta que ha dejado de fumar, entonces, se limita a ofrecerme un cigarro y yo, como siempre, acepto.
El sol cae a plomo en la terraza de este bar, en una callejuela estrecha perdida entre las muchas venas y arterias de Madrid. El sol era tan pesado que todos nos retorcíamos en las sillas metálicas buscando un pequeño sitio que aun estuviese frío.
Me encanta observar a la gente en el metro, o por la calle, o cuando pasan por la oficina.
Con esas situaciones puedes inventarte más de mil historias pero que sólo interesan a personas como Pedro y como yo.
Cuando se decidió a presentarme a sus personajes yo ya iba por el segundo pitillo. Me aseguró que la historia era cierta, que le había ocurrido a un compañero suyo. Lo hace para no perder la esperanza de que cosas así todavía pueden ocurrir.
La historia no estuvo mal pero me ha contado algunas mejores. Lo mejor vino después, cuando los dos nos quedamos callados mirando a la gente pasar. Poco a poco, el sol fue bajando y el atardecer se hacia agradable. Pedro y yo, continuábamos mudos en la terraza pensando en otra historia que contar. Algunas veces, me gustaría ser uno de los personajes de mis cuentos, aunque sé que siempre acaban mal.
Y desde allí, sentado en esa silla, parece que dominas el mundo, que la gente se mueve a tu antojo y que cada paso, cada mueca, cada suspiro o respiración te pertenecen. Y así, allí sentado va pasando la vida por delante.
Pedro aguanta unos segundos con la mirada perdida hacia un coche rojo aparcado a unos cuantos metros. Yo le pregunto si le gustaría tener uno así, pero lo que quiere realmente es que de él, salga una mujer atenta, bella y le pida que lo vendan y compren un monovolumen, y que tengan muchos niños. Pero esto Pedro no me lo cuenta, sólo me dice que prefiere los coches grandes.
Sentada cerca de nosotros, hay una mujer que seguramente se parece a la que Pedro le gustaría que saliese del coche. Me gustan sus gestos, su forma de abrir el periódico y de pedir el café… Pedro me descubre distraído, mirándola, y me pregunta si quiero una así. Yo me conformo con imaginarme que la tengo pero a Pedro, le hago un gesto con los hombros como si no me importase que sucediera.
Pedro y yo sólo nos conocemos por nuestras historias, por nuestros silencios, pero aun así, nos conocemos a la perfección.

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